"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 31 de mayo de 2013

Beato Angélico: el pintor que rezaba con su arte

VIDA

Fra Angélico nació hacia el año 1400 en un pueblo muy cercano a Florencia(Italia). Su nombre era Guido y su padre se llamaba Pietro. Desde muy joventrabajó como pintor y miniaturista en Florencia. Hacia el año 1420 entró en la orden de los dominicos, en el convento de Santo Domingo de Fiésole y tomó en nombre de Juan. Fue ordenado sacerdote juntamente con su hermano Benedicto y ambos vivieron en el convento del que era prior y maestro San Antonino.
El beato Angélico dedicó toda su vida a la caridad y a la oración, pintando numerosas tablas y frescos sobre los misterios del Señor, la Virgen y los santos. Desde el año 1439, residió en el convento de San Marcos de Florencia, en cuya sala capitular, claustro pasillo y habitaciones dejó famosas pinturas, hasta que en el año 1445 el Papa Eugenio IV lo llamó a Roma para que pintara la capilla de Nicolás V y el despacho privado del Papa.
Rechazó el nombramiento de arzobispo de Florencia y en 1450 regresó a Fiésole como prior del convento. En 1453 volvió a Roma al convento dominicano deMinerva, en donde murió el 18 de febrero de 1455. Está sepultado en la Basílica de Santa María sobre Minerva de dicha ciudad.
En el año 1975 se colocó sobre su tumba una losa de mármol que elogia su santidad y arte. De hecho, la gente lo veneraba ya desde antes, hasta el punto de que se le atribuía el título de beato. Por los años sesenta del siglo XX se realizaron y publicaron los estudios oficiales para la causa de beatificación, que fue aprobada por decreto por el Papa Juan Pablo II, nombrándolo, al mismo tiempo, como patrono de todos los artistas.

APORTACIÓN PARA LA ORACIÓN

Vivir en Roma siempre implica beneficios y la Ciudad Eterna trata a sus huéspedes con mimo y cariño. Uno de estos privilegios consiste en contemplar el arte que embellece toda la urbe y que lleva a la contemplación en cada rincón. Monumentos como la Piedad de Miguel Angel, la Transfiguración de Rafael, el Coliseo, la Basílica de San Pedro son sólo botones de muestra de lo que uno se topa aquí.
Y si bien es verdad que muchos pueden quedarse en aspectos meramente anecdóticos de cada obra, personalmente intento siempre elevar la mirada a Dios y agradecerle por todo. Porque, no cabe duda que cada artista puede ser reflejo de la obra de otro Artista: de Dios. Así lo explicaba bellamente Juan Pablo II en su carta a los artistas: «el Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora» (número 1).
Esto lo entendió muy bien Fra Angélico, que se sabía poseedor de un don extraordinario con su pintura. Por eso buscaba leer atentamente la Sagrada Escritura y plasmar su meditación en cada una de sus obras. Y luego,oraba con ellas, buscando que le ayudasen a adentrarse en un pasaje del Evangelio o a ponerle rostro a Cristo y a María. Ejemplo de ello es la Anunciación que acompañan estas líneas…

¿Te gusta la pintura, la escultura, la música? Pues ahí tienes un buen medio para elevar también tu alma a Dios. Después de todo, la creación entera es arte. Tú, yo, somos obras maestras del gran Artista que, con sus manos nos plasmó, mientras susurraba con ternura un «te amo».
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Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion.com y el nombre del autor, procurando mantener las ligas internas al artículo.  Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

Dos mujeres excepcionales

¡Gracias María, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! 



La fiesta de La Visitación está llena de encantos, de un idilio, de unas ternuras inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños. 

Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia. 

- ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?... 

- Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?... 

María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:

- Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible. 

Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos ¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea. 

Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo: 

- ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!

María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio: 

- ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!

¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano. 

María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito. 

Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.

El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.

Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro. 

¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce: - ¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?... Y El Señor, para un judío, era solamente Dios. 

¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. Nacido de mujer, dirá San Pablo. Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé. 

Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño. Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios. Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros. 

¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? Es la cosa tan evidente, que no necesita comentarios. Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios. 

Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos. 

No va a ninguna parte María sin su Jesús. No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter bien dentro de ella al mismo Jesús. Venir a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros. De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana. 

¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?...

Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación. Por la fe de María -¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!- se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios. 

¡María! ¡Gracias por tu fe! ¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo! ¡Gracias, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! ¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

jueves, 30 de mayo de 2013

Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre!

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi! 
Una vez más ante ti, Señor. 

Hoy es un día grande para ti, para nosotros, para tu Iglesia. Es la solemnidad donde se exalta y glorifica la presencia de tu Cuerpo, tu Sangre y tu Divinidad en el Sacramento de la Eucaristía.

¡HOY ES CORPUS CHRISTI!

Tu Cuerpo, tu Sangre.... y tu Divinidad. ¿Qué te podemos decir, Señor? Tan solo caer de rodillas y decirte: - ¡Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe!

Tu lo sabes todo, mi Dios, mi Jesús, y sabías cuando te quedaste en el pan y vino, - aparentemente tan solo de pan y vino -, con el único deseo de ser nuestro alimento, que aunque no te corresponderíamos como tu Corazón desea, no te importó y ahí te quedaste para ser nuestro refugio, nuestra fuerza para nuestras penas y dolores, para ser consuelo, para ser el cirineo que nos ayuda a cargar con la cruz de nuestro diario vivir, a veces demasiado pesada y dolorosa, que nos puede hacer desfallecer sin tu no estás.... y también para bendecirte en los momentos de alegría, para buscar que participes en los momentos en que nuestro corazón está feliz.... ¡ahí estás Tu!...¡ Bendito y alabado seas!

Solo a un Dios locamente enamorado de sus criaturas se le podía ocurrir semejante ofrenda... por que no sabemos corresponder a ese amor, no, Jesús, no te acompañamos en la soledad de tus Sagrarios, no pensamos en tu gran amor .... somos indiferentes, egoístas, muchas veces solo nos acordamos de ti cuando te necesitamos porque las cosas no van, ni están, como nosotros queremos...

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!



¡Señor Jesucristo! 

¡Gracias porque te nos diste de modo tan admirable, y porque te quedaste entre nosotros de manera tan amorosa! 

Danos a todos una fe viva en el Sacramento del amor. Que la Misa dominical sea el centro de nuestra semana cristiana, la Comunión nos sacie el hambre que tenemos de ti, y el Sagrario se convierta en el remanso tranquilo donde nuestras almas encuentren la paz... (P. García)

Autor: Ma Esther De Ariño.


Con María, en la fiesta del Corpus

Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la fiesta de mi vida... 
Autor: María Susana Ratero.

Hoy celebraremos la fiesta del Corpus. La fiesta de Jesús Pan de Vida, de Jesús Vino de Redención, de Jesús Comunión, de Jesús repartido en miles de bocas, de Jesús habitando en infinitos corazones. Hoy es fiesta de pan, de mesa sencilla, de manos extendidas.

¿Cómo honrarte, Señor, en esta fiesta? Y se me vienen al alma las palabras de tu madre... caen, como en tropel, apuradas... las palabras de tu madre: "HAGAN TODO LO QUE EL LES DIGA".

Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la fiesta de mi vida... y tú, me miras a los ojos, caminas lentamente hacia Jesús y le presentas mi problema. Él susurra algo a tu oído... te vuelves hacia mí y me dices "HAZ LO QUE ÉL TE DIGA"... repites la frase, una vez, cien, mil, las que sean necesarias, hasta que yo comprenda.

Pero no me es fácil.

Hoy, si Dios quiere, caminaré en la Procesión siguiendo al Santísimo... hoy... pero ¿Y mañana?... Cuándo ya no se escuchen los cantos ni haya pétalos de flores ni olor a incienso... mañana, ¿Seguiré también a Cristo a cada instante? ¿Seguiré haciendo "Lo que Él me diga"? ¿Cómo se hace María querida?...

- ¡Mi hija amada, es tan simple!!!, -y tu voz de mil campanas resuena en mi alma y se transforma en camino-... hija, es simple, lo cual no significa que sea fácil. Sólo que debes estar muy atenta. En cada circunstancia, en cada momento, en cada enojo, en cada arranque de ira, busca el Santísimo y continúa en la procesión.

-Señora, ¿Cómo podré? Soy tan torpe y pecadora, tan impulsiva y atropellada...

- Pues te equivocas mucho allí, tú no ERES como dices, sino que OPTAS POR SERLO en cada circunstancia. Recuerda, hija mía del alma, que en toda situación tienes siempre dos alternativas, una de las cuales es Cristo, tu alma sabe de lo que hablo ¿Verdad?.

- Claro, Señora, claro- y me da mucha vergüenza porque tú conoces que en demasiadas oportunidades no tomé la decisión correcta.

- Bien, entonces, hija, intenta que la Procesión del Corpus no termine en tu vida cuando el sacerdote deje la Sagrada Forma en el altar, haz que toda tu existencia sea una larga procesión, siempre detrás de Él, siempre.

- Señora, tu misma vida así lo fue, recuerdo las Escrituras. Tú siempre tras Jesús, de lejos, sin hacer ostentación de tus privilegios de madre, de lejos, pero con Él. Tu hijo sabía que estabas cerca y al final, cuando ya nadie quedaba en la última procesión, cuando el cuerpo amado quedó expuesto en medio del dolor de la Cruz, allí estabas, de pie, sencillamente, con la espada anunciada desgarrándote el alma... la última procesión, la que acompañaste hasta el final. Mucha gente fue con Él, mujeres piadosas, el Cireneo, los discípulos, mas tú, Madre amadísima, llegaste hasta el final. Tu mirada le consolaba en tan gigantesca soledad... y tanto te amó, que te dedicó las últimas palabras... en medio de su dolor..."Madre..." y te nombró. Tu respuesta fue una mirada de amor profundo. Tu respuesta fue la obediencia, yéndote a vivir a la casa de tu hijo Juan, nacido en el dolor de un adiós. Toda tu vida, Señora mía, fue una larga procesión tras el Hijo amado.

- Querida mía, mi alma está feliz porque has comprendido, eso ya es mucho, sé que no será fácil para ti lo que te pido, pero es el único camino.

- Señora, ¿me acompañarás?

- Siempre, hija mía, siempre... estaré contigo cada vez que me necesites. ¿Entiendes? No es lo mismo que cada vez que me llames, sino cada vez que me necesites. Aunque no me llames, como tu madre que soy estaré para mostrarte el camino de la paz... y estaré para vendar tus heridas cuando el dolor te llegue. Estaré como estoy con cada hijo mío, de quien conozco su nombre, su alma, sus problemas, sus angustias y alegrías, sus soledades, sus vacíos. Estoy para decirles que hay un Dios que los ama, que los ama tanto, tanto, que quiso quedarse con ustedes en la Eucaristía. Estoy al lado de cada sacerdote al celebrar la misa, como madre atenta. Estoy porque los amo mucho y porque allí está mi Hijo. Estoy con el sacerdote en la misa y, también, en las soledades de su alma, cuando los feligreses se van, cuando se apagan las velas, cuando el silencio lo invade todo, cuando los sueños se rompen, cuando la soledad irrumpe sin permiso, estoy, siempre, estoy allí. Con las religiosas, en su oración silenciosa que se transforma, al llegar al cielo, en canto agradable a Dios. Estoy con los laicos, desde el primero hasta el último, no hay escalas para mí. Hija mía, te deseo a ti y a todos los que leen estas líneas un feliz día del Corpus, nos vemos en la Procesión, en las dos, en la de hoy y en la otra... la Procesión de la vida...



NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."


Autor: María Susana Ratero.

miércoles, 29 de mayo de 2013

María, la Virgen pura

En los ojos de María se veía la pureza. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! 


Siempre me ha hecho reflexionar mucho aquella bienaventuranza de Cristo: 

Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.

¿Qué tendrá que ver la pureza con la vista? Desde luego, con la vista corporal quizá no tenga que ver apenas nada. Pero seguramente mucho con la vista espiritual. Porque está claro que a Dios no se le puede ver con los ojos de la carne, pero sí con los del espíritu, con los del corazón, que son la fe y el amor. Sólo cuando el alma es pura y cristalina está en condiciones de poder ver y contemplar a Dios. Sólo en un corazón puro -escribía San Agustín- existen los ojos con que puede Dios ser visto. 

Me imagino que Cristo al formular esta bienaventuranza tenía en mente a su Madre. Ella era la creatura más pura que jamás ha existido y existirá. El corazón de María era como un mar de gracia profundo, cristalino y transparente. Nadie como Ella de pura. 

Bien lo dijo San Ambrosio: Quién es más noble que la madre de Dios? ¿Quién más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo Esplendor? ¿Quién más pura que la que generó una creatura sin contacto físico alguno? Ella era virgen pura no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. 

Se ha dicho siempre que los ojos son las ventanas del alma. Es cierto. A través de ellos se puede mirar al interior de otra persona. Por eso, mirando a los ojos a María podremos ver y apreciar la pureza inmaculada de su alma. 

Los ojos de María. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! Sólo a algunos privilegiados les tocó. Nosotros hemos de contentarnos con verlos desde la fe o con soltar un poco nuestra imaginación para hacernos una idea de cómo eran.

Los ojos de María.

Ojos hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni postizos para ser encantadores. 

Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a los demás desde arriba. 

Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con guiños de ira o de odio.

Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos de un interior sin sombra de doblez. 

Ojos atentos a las necesidades ajenas y distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos. 

Ojos comprensivos y misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos abiertas que ofrecen la gracia a raudales. 

Como los describen aquellos en versos de Pemán: A Tus ojos, luz de aurora / sobre el desierto frío. / Tu mirada, rocío / sobre la dura arcilla pecadora. Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición... Esa misma mirada que a Dimas, en el Calvario, llevó a la conversión y al paraíso... 

Ojos de mujer que reflejan nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad, caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma en gracia. Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma. 

Ojos que pueden llorar y cuyas lágrimas al caer en la tierra, obran portentos también en el cielo. Bien comprendió esto aquel poeta que le rezaba a la Virgen: Tus lágrimas son las perlas / que compran mi salvación. / Jesús me perdona al verlas. / Son sangre del corazón / que se derrama al verterlas. Y es que de unos ojos así sólo pueden salir lágrimas cargadas de la omnipotencia del amor de quien es Madre de Dios y mediadora de toda gracia. 

Los ojos de María, cuya penetrante y dulce mirada todo lo puede. Cuántos indiferentes se han visto interpelados por el brillo de pureza de esos ojos inocentes. Cuántos orgullosos han caído rendidos a sus plantas, desarmados por la mansedumbre que traslucen sus pupilas. Cuántos ánimos frágiles ante el mal se han armado de bravura y han vencido al tentador al recordar que Ella les miraba. 

Cuántas veces la sola mirada de María fue sin duda bálsamo sobre el desgarrado corazón de algún vecino atribulado. Cuántas fue fuente de paz y consuelo que barrió de angustias el interior de algún contrariado pariente. Cuántas, esos luceros de su rostro, fueron luz cálida, manto que arropó de piedad e intercesión las almas atenazadas por el frío del pecado. Y cuántas siguen siendo aún todo eso y más para muchos de nosotros. 

El ver las estrellas / me cause enojos, / pero vuestros ojos /más lucen que ellas, escribió con tino Lope de Vega. Es sumamente consolador saber que tendremos toda la eternidad para contemplar, sin cansancio ni aburrimiento, los hermosos ojos de María. Asomarse a ellos es asomarse a la maravilla más excelsa salida de las manos de Dios. 

María fue su obra maestra. En Ella el Creador se lució. Ella es, en palabras de Pio IX, Aun inefable milagro de Dios; es más, es el más alto de todos los milagros y digna Madre de Dios. Pablo VI la describe como Ala mujer vestida de sol, en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Sin embargo, no hay que esperar a llegar al cielo para recrearnos en su contemplación.

Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus ojos y sostener su mirada portentosa. 
Pero me temo que muchos de nosotros somos incapaces de sostener una mirada tan luminosa. Nos molesta el chorro de luz que el alma pura de María despide a través de sus ojos y de todo su ser. Nuestras pupilas, tan acostumbradas quizá a las oscuridades de la impureza y del pecado, no soportan semejante claridad. A lo mejor no queremos que esa mirada materna desenmascare y purifique nuestra alma llena de barro. Porque no estamos dispuestos a dejar que en ella penetre la gracia de Dios y la limpie y la ordene y la santifique.

Todo eso cuesta mucho. El precio de la pureza es elevado, sólo las almas ricas pueden pagarlo. Ricas en amor, en generosidad, en desprendimiento de sí y de los placeres desordenados. 

Sólo esas almas disfrutarán ya en la tierra del gozo espiritual incomparablemente más sublime, profundo y duradero que el más refinado placer corporal. Sólo ellas experimentarán la libertad interior del que no está encadenado por los instintos del cuerpo. Y sólo ellas gozarán de la bienaventuranza de la visión de Dios por toda la eternidad. 

María ha sido la creatura más pura y por eso también la más auténticamente feliz y satisfecha, la más libre de espíritu, la mejor dispuesta para ver a Dios y saborear esa deliciosa visión con una intensidad inigualable.


Autor: P. Marcelino de Andrés L.C.

martes, 28 de mayo de 2013

¿Qué es el exorcismo?

El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo 


Un video del Papa Francisco, quien impuso sus manos sobre un hombre enfermo después de la Eucaristía de Pentecostés, ha causado un notable revuelo internacional. Según expertos contactados por la productora Tv2000, de la Conferencia Episcopal Italiana, el Pontífice habría realizado una oración de liberación o un exorcismo sobre esta persona. Los medios de comunicación divulgaron sobre todo esta última palabra, el exorcismo, y la noticia dio la vuelta al mundo.

Presentamos algunos datos concisos de lo que sucedió y de lo que es un exorcismo y la diferencia con la oración de liberación. 

Solo un sacerdote autorizado por su obispo puede hacer exorcizar, pero los laicos pueden con prudencia orar por liberación privadamente.


Los hechos

La escena que ha atraído la atención de los medios de comunicación ocurrió al término de la Eucaristía de Pentecostés, y en el video se aprecia al Papa Francisco quien se acercó, escoltado por dos hombres de seguridad, para saludar a varios enfermos en silla de ruedas. Uno de ellos estaba acompañado por un sacerdote, quien llevaba una carpeta con documentos y presenta el paciente al Santo Padre. 

El Santo Padre Francisco entonces impuso sus dos manos sobre la frente del hombre y oró en silencio, visiblemente concentrado. El hombre se sacudió un poco, sostenido por el sacerdote, y abrió su boca respirando agitadamente, lo cual alertó a uno de los hombres de seguridad, quien llamó la atención de su compañero y lo hizo acercarse al Papa en caso de alguna eventualidad. Tras la corta oración, de menos de un minuto, el Santo Padre se despidió de ambos y continuó saludando a los enfermos.

La idea de un exorcismo hecho por del Papa Francisco fue aclarada por el Padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, quien afirmó que el Santo Padre "no tuvo ninguna intención de llevar a cabo un exorcismo, sino simplemente orar por una persona que sufría que le fue presentada". La aclaración del sacerdote coincide con las disposiciones de la Iglesia, que prescribe un ritual para el exorcismo propiamente dicho, con acciones y oraciones que se desarrollan en un orden específico.
(es.gaudiumpress.org)

El Papa Francisco y el supuesto exorcismo
Por el P. José Antonio Fortea

Hoy todo el mundo me ha preguntado por el supuesto exorcismo del Papa Francisco. ¿Es un exorcismo o no?

Mi respuesta es que no, no es un exorcismo. Indudablemente, el acompañante de la persona en silla de ruedas le ha dicho que se trataba de un poseído, o el mismo Papa se ha dado cuenta de que aquello no parecía una enfermedad. Entonces el Papa ha decidido orar un poco más. Probablemente, al ver de qué se trataba, el Papa se ha dirigido internamente al demonio. Pero una cosa tan breve, tan simple, no podemos llamarla un exorcismo, es una simple plegaria, con toda la generalidad y ambigüedad que tiene la palabra plegaria. 

Cuando yo voy a dar charlas en iglesias en distintos países, mucha gente me pide que le dé la bendición. Entre esa gente, de vez en cuando, hay alguna persona que reacciona como lo hace el que está sentado en la silla de ruedas. ¿Lo que he hecho yo es un exorcismo? La respuesta es no. He hecho una plegaria y se ha producido esa reacción. 

Cuántas veces he pensado que si alguien grabara en vídeo mis bendiciones e imposiciones de manos, cuando aparece un caso así, los que lo vean pensarán que he hecho un exorcismo. Cuando mi voluntad es no hacer ningún exorcismo. Pues eso es lo que le ha ocurrido al Papa. 

Una cosa es un exorcismo, otra es una breve bendición o plegaria. Incluso si el Papa quería expulsar al demonio, su acción no cabe que se la califique de exorcismo. La acción del Papa no prejuzga el estado de esa persona. Y si el Papa hubiera querido hacer un exorcismo, sin duda lo hubiera hecho en condiciones, con tiempo y con una intensidad diversa que la que hemos visto en esa plegaria. Los periodistas deberían decir en sus titulares que el Papa ha hecho una brevísima plegaria sobre un supuesto poseso.

El exorcismo en el Catecismo de la Iglesia Católica

El exorcismo es una antigua y particular forma de oración que hace un ministro ordenado de la Iglesia, en nombre de Jesucristo y por el poder que Jesucristo ha otorgado a su Iglesia para liberar del poder de Satanás, demonio. Por lo tanto no es oración personal sino de la Iglesia.

Los exorcismos pueden ser simples o solemnes. 
El exorcismo simple se reza en el rito del bautismo. 

El exorcismo solemne es un sacramental que sólo puede ser válidamente celebrado por un sacerdote con el permiso del Ordinario (obispo) del lugar. El obispo da permiso al sacerdote para cada caso o puede, con el permiso de la Santa Sede, formalmente otorgar a un sacerdote el oficio de exorcista. En ese caso el sacerdote está facultado para exorcizar y no necesita un permiso particular para cada caso. 

Solo el exorcista con la debida licencia puede verificar la verdadera posesión diabólica. Es un proceso difícil en el que se deben descartar causas naturales. 

Según el Padre Amorth, exorcista de Roma, el poder de expulsar demonios que Jesús confirió a todos los creyentes conserva toda validez. Es un poder general basado en la fe y en la oración, y puede ser ejercido por individuos o comunidades sin ninguna autorización. Sin embargo, en este caso, se trata de plegarias de liberación, y no se deben llamar exorcismos. Sólo al sacerdote autorizado, además de al obispo exorcizante, corresponde el nombre de exorcista. 

En algunas diócesis hay laicos que han sido preparados para el ministerio de liberación (no exorcismo) bajo la dirección de un sacerdote. La liberación es oración para liberar de la opresión del demonio pero sin utilizar el rito de exorcismo. Nadie debe ejercer este ministerio sin autorización de la Iglesia. 

Jesús vino a liberarnos del poder de Satanás y darnos la gracia de ser hijos de Dios. 

Jesús impartió su poder liberador a sus discípulos para que ellos y sus sucesores continuaran la misión de liberación y exorcismo en su nombre. Por lo tanto el protagonista en el exorcismo es Dios a través de su ministro y no el demonio.

El exorcista ante todo busca llevar la persona atribulada a un encuentro con Jesús. Para ello es necesario apertura a los canales de gracia en la Iglesia: la confesión, la eucaristía, la meditación de la Palabra, la comunidad, la catequesis... Es un camino de fe en al que se invita también a la familia Cf. Mc 9, 14-29.


Necesidad de diagnóstico y la prudencia

Actualmente muchos viven una fe supersticiosa o de superstición y muchos tienden a no hacerse responsables, no saben afrontar el sufrimiento y atribuyen todo trastorno físico o espiritual a la acción del demonio. Pero frecuentemente el remedio es una verdadera y sincera confesión. Cuando en cambio se percibe aversión a lo sagrado, enfermedades desconocidas o incluso síntomas difíciles de identificar, es posible que sea necesario el exorcismo. La presencia demoníaca de cualquier forma hay que diagnosticarla en cada caso. En cambio debería haber más dedicación a la ascesis, a la oración, a la penitencia. La mentalidad popular ha exagerado los poderes de Satanás, que son los de un ángel común. 

En la vida diaria para defenderse del mal basta con ser coherentes con el Evangelio, no tener miedo de testimoniar la propia fe y cuidar la propia relación con Dios. A veces es Dios mismo quien permite que algunos sean vejados u obsesionados; piénsese en algunos santos. Pero en estos casos nos hallamos ante planes divinos para nosotros impenetrables. (Corazones.org)

El rito de exorcismo de 1999

El Padre Amorth, exorcista oficial de Roma, se lamenta de que por tres siglos, los exorcismos fueron casi abandonados por la Iglesia. Juan Pablo II, volvió a recordar la importancia de estos. Durante la audiencia pública del 3 de Junio de 1998, El Papa Juan Pablo II habló de los deberes del exorcista y en 1999 se publicó el rito de exorcismo que remplaza al del 1614. 

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presentó el nuevo rito de exorcismos en enero del 1999. El prefecto de dicha congregación, el Cardenal Medina, enseñó en dicha ocasión los siguientes puntos:

¿QUÉ ES EL EXORCISMO?

"El exorcismo es una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo".

Catecismo #1673: 
"Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1:25s), de El tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. (cf. Mc 3:15; 6:7.13; 16:17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia."

"Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad." (cf. CIC can. 1172).


En que se fundamenta: El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa de sus pecados, que son seres espirituales de gran inteligencia y poder". 

¿Por qué hace falta?: La capacidad del hombre de acoger a Dios "es ofuscada por el pecado, y a veces el mal ocupa el puesto en el que Dios quiere vivir. Por eso, Jesucristo ha venido a liberar al hombre del dominio del mal y del pecado. (...) Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de las posesiones de los espíritus malignos para hacerse espacio en el hombre".

¿Cuánto poder tiene Satanás? "El poder de Satanás no es infinito", sin embargo el que Dios permita que seamos tentados "es un gran misterio". 

¿Cómo nos influencia el demonio? "El influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado por medio del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad, el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida". 

¿Ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el exorcismo? No ha cambiado. Solo han habido algunos cambios en el lenguaje del rito. "Entre el rito anterior y el nuevo hay una gran continuidad; no existe un cambio radical. El lenguaje es más sobrio; hay menos adjetivos, pero la expresión de la fe en el poder de Dios para expulsar al demonio es la misma en ambos casos". 

Criterios para discernir posesión diabólica según el nuevo ritual del exorcismo.

La principal es:

-Aversión vehemente hacia Dios, la Virgen, los Santos, la cruz y las imágenes sagradas. 

Junto con esta pueden darse otros fenómenos que por si solos podrían ser don de Dios pero en el caso de posesión se manifiestan para el mal:

-El hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas.
-Hacer presentes cosas distantes o escondidas.
-Demostrar más fuerzas de lo normal.

¿Puede el demonio tener influencia sobre lugares, objetos y personas? Si. Esta realidad se reconoce en el ritual de exorcismos.

¿Hay diferentes formas de influencia demoníaca además de la posesión? Si. En el presente ritual se encuentran el rito el exorcismo propiamente dicho y las oraciones que hay que recitar públicamente cuando se juzga prudentemente que existe una influencia de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin llegar a la fase de una posesión verdadera y propia. Además, existe una serie de oraciones que los fieles deben rezar privadamente cuando tienen fundadas sospechas de que son sometidos a influencias diabólicas.


¿Quién puede practicar el exorcismo? En la pregunta anterior vimos que el nuevo ritual contiene oraciones que los fieles pueden rezar cuando están sometidos a influencias diabólicas. Sin embargo, "Para practicar el exorcismo es necesaria la autorización del obispo diocesano, que puede ser concedida para un caso específico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejercita el ministerio de exorcista en la diócesis". 

¿Por qué un nuevo ritual? En el último capítulo del ritual romano se ilustraban las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos, pero se quedó sin ser revisado después del Concilio Vaticano II. Tras un trabajo de 10 años, en enero de 1999 se hizo oficial el texto actual aprobado por el Pontífice.


Autor: Varios.

lunes, 27 de mayo de 2013

BELLEZA DE LA FE

Autor: Pablo Cabellos Llorente

            Entiendo que bastantes personas tengan una idea fea sobre la fe y la religión. ¿Por qué? Diversos factores: muchas veces la explicamos mal, en otras ocasiones de modo negativo, desordenado, con poca planificación, con lenguaje ininteligible... También hay es cierto que algunos no están dispuestos a escuchar. Dicen que de entrada, no. El caso es que se ve la vida de fe como una antigualla o algo oscuro, negativo, triste. Y sin embargo es bella.

        Una parte de la belleza radicaría en la armonía interior de la persona, siempre que no se la haga consistir en un rigorismo conductual. Enseguida se podrá objetar que el cristianismo es exactamente eso. Y no lo es, primordialmente porque descansa en la identificación con alguien sumamente libre: Cristo. Es cierto que, como decía Millán Puelles, toda ética comporta unos deberes, pero es preciso convencer, motivar y hacer feliz a la gente para que ésta obre como le conviene. En caso contrario, los ideales fracasan y se abandonan. La ética de los deberes se completa con la ética de los bienes y de las virtudes, que comportan placer y felicidad. Pienso que nada  más amable y capaz de hacer feliz que la fascinación por Cristo. Basta leer el Evangelio despacio.

        Otro modo de ver la belleza, especialmente en el hombre, es la orientación al despliegue y desarrollo de sus potencialidades hasta perfeccionarlas. La teleología de un ser, escribió Polo, es su dirección hacia la plenitud de que es capaz.  Actuar finalizado se opone a cualquier tipo de determinismo. Así, lo más importante en el hombre son los fines que, si se conquistan libremente, contribuyen a la belleza de la armonía antes referida. Nada más elevado ni bello que tener a Dios como fin y, a la vez, como sentido de todos los objetivos intermedios alcanzables: en la familia, trabajo, oración, etc. Todo ello constituye la perfección humana.

        La benevolencia entendida como apoyo a los seres para que logren su fin, sirve para que el hombre no sólo se perfeccione a sí mismo, sino que se convierte en un perfeccionador de la naturaleza. Supone reconocer lo que cosas y personas son y ayudarles a que lo sean. Al afirmar el cristianismo que el universo es hechura divina y que su belleza  es un reflejo de la de Dios, dignifica todo. En cambio, la defensa de un universo como pura materia organizándose a sí misma -así lo propondría un evolucionismo absoluto- no tendría dificultad, escribe Yepes, en justificar el racismo genético, la voluntad de poder o simplemente la indiferencia ante la belleza del mundo creado. Sin embargo, desde la benevolencia, se ama la naturaleza y el trabajo, "esa noble fatiga creadora de los hombres", que es "asumido e integrado en la obra prodigiosa de la creación", como afirmó San Josemaría.

        Otro magnífico enfoque: "todo amor es creador y no se crea más que por amor", dice Alvira. El amor ayuda a superar dificultades para conocer y unirse con el amado, pero fundamentalmente busca manifestar el amor y perpetuarlo reproduciendo lo amado. El amor deja huella, empuja a crear. Indicaba Platón  que el amor es el deseo de engendrar en la belleza. Lo amado es bello para el amante, despierta en él deseo de belleza y de reproducirla. Cuando en la Sagrada Escritura se ha intentado sintetizar a Dios, se ha escrito que Dios es Amor, el amor más benevolente:  crea y se da sin esperar nada a cambio. Amar es dar, sacrificarse, entregar lo que se tiene, también la verdad.  Igualmente,  corregir sin acritud es amar.

        La  fe se basa en la aceptación de la Verdad revelada, pero la verdad es esplendorosa y siempre hace relación a la belleza, también a la expresada en las diversas manifestaciones del arte, que contribuyen a encontrar el verdadero sentido de las cosas. Benedicto XVI, gran trabajador de las relaciones fe y razón, decía mientras volaba a Barcelona para consagrar el templo de la Sagrada Familia: la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza.


        Pues bien, toda la Historia de la Salvación -desde la Creación hasta nuestros días, pasando por la maravilla del Dios hecho hombre- es un bello relato de una gran realidad. La liturgia bien hecha, los sacramentos, la naturaleza de la Iglesia gozan del encanto del misterio y de la belleza del símbolo. Oculta y grandiosa es  la acción del Espíritu Santo:  como escribió San Hilario,  con su luz nos ayuda a penetrar las verdades que auxilian para conocer al Padre y la encarnación del Hijo, a los que no llegaría la debilidad de la razón. Es cierto que hay pecados que afean e infierno que disgusta, pero justamente para hacernos entender mejor el esplendor de Dios. Con Él, podemos hacer nuestros los versos del místico castellano: "volé tan alto, tan alto, /que le di a la caza alcance".

Una maravilla jamás imaginada

El misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser entendido, es para ser amado y vivido en nuestro interior. 


Se nos ha habituado a pensar que, al hablar de la Santísima Trinidad, hemos de concebir algo totalmente oscuro e ininteligible. ¡Por algo es un misterio! Más aún, es -por así decirlo- el misterio por antonomasia de nuestra fe, el "misterio de los misterios". Pero, en vez de plantear el tema en términos de raciocinio o de especulación teológica, yo prefiero mil veces más tratarlo desde un punto de vista mucho más "humano" y personal, si se me permite la expresión. No que la razón no lo sea. Pero yo creo que es mucho más palpitante, cercano y vivencial cuando lo contemplamos con el corazón y bajo el prisma del amor.

Y es que el misterio de la Santísima Trinidad, más que para ser especulado, es para ser amado y vivido en nuestra interioridad. Al menos, a mí me parece que así es mucho más sabroso y "digerible". La razón es, por lo general, más fría e impersonal. Mientras que el amor es todo lo contrario.

Pues bien, la Santísima Trinidad es un misterio de amor. Es más, es el misterio del "Amor de los amores" -como cantamos en un hermoso motete-. Dios, que "habita en una luz inaccesible" -como nos dice san Pablo en su carta a Timoteo (I Tim 6, 16)- se nos ha querido revelar por medio de su Palabra: Dios, en lo más profundo de su intimidad, es una comunión de personas divinas unidas por el amor. Más aún, son esas mismas personas que son el Amor personificado: el Padre, que es el amor creador; el Hijo, que es el amor redentor; el Espíritu Santo, que es el amor santificador. Pero, además, es un amor recíproco entre ellos mismos; un amor subsistente y personal. Un solo Dios verdadero y tres Personas distintas, cuya vida y existencia es puro Amor. Una relación de amor. Y el amor crea una comunión de personas. Como en el matrimonio y en la familia, pero en un grado infinito y divino. El amor es, por naturaleza, unidad y fecundidad. Esto es, en esencia, el misterio de la Santísima Trinidad.

Y, ¿cómo explicarlo? Es muy difícil encontrar las palabras justas. Más fácil lo podremos comprender a la luz de la propia experiencia del amor que con un discurso racional, aunque sea filosófica y teológicamente muy correcto. ¿Quién de nosotros no sabe lo que es el amor? Todos lo hemos experimentado muchas veces en nuestra propia vida: hemos sentido el calor y la ternura de una madre; la fuerza y seguridad que nos infunde el amor de un padre; el cariño de una hermana o de una amiga; el gozo de la compañía y de la fidelidad de un hermano o de un amigo verdadero; y la dulzura incomparable del amor de una esposa o de un esposo, de unos hijos.

Aristóteles definía la amistad como "una misma alma en dos cuerpos". Y el poeta latino Horacio llamaba a Virgilio, su gran amigo, "dimidium animae meae", "la mitad de mi alma". Grandes poetas, literatos, músicos y artistas de todos los tiempos han ofrecido su tributo a la amistad. Y han reservado sus mejores canciones y sus notas más líricas para cantar la belleza del amor humano. Sin duda alguna, éste es el tema que más ha inspirado a los hombres a lo largo de la historia, sea en el arte, en la poesía o en la propia vida. Decía Dante Alighieri que "es el amor el que mueve el sol, el cielo y las estrellas". Y el poeta Virgilio afirmaba: "amor vincit omnia", "el amor es capaz de vencer todos los obstáculos". Y tenían toda la razón.

Y es que el amor es lo más grande, lo más noble, lo más bello, lo más maravilloso; en una palabra, lo más sagrado del ser humano. Por eso, con el amor no se juega y éste se merece los mayores sacrificios con tal de conservar toda su pureza y su fragancia virginal. 

San Juan nos dejó una estupenda definición de Dios: "Deus Charitas est", "¡Dios es Amor!" (I Jn 4, 8). No se expresó en conceptos racionales, sino en un vocabulario propio del corazón. También lo otro pudo haber sido muy correcto. Pero también, sin duda, más frío e impersonal. 

Como aquellas definiciones que dio Aristóteles sobre Dios: "El motor Inmóvil", "el Acto puro", "la Inteligencia más perfecta". O incluso aquella definición teológica y metafísica de santo Tomás de Aquino: "el único Ser necesario, absoluto y trascendente", "el mismo Ser subsistente". Pues sí. Es verdad. Pero, ¿no nos gustan y nos dicen inmensamente más las palabras propias del amor?

Y llegados a este punto, sería interminable la lista de experiencias que todos tenemos sobre el amor... Como decía san Juan al final de su Evangelio, "ni todos los libros del mundo serían suficientes para poderlas contener". Y es que el amor no se puede explicar con conceptos o con raciocinios filosóficos. Se siente. Se experimenta. Así también es Dios.

Sí. Lo más maravilloso y sagrado del hombre es el amor. Y también lo más divino. Por eso, a Dios podemos encontrarlo en lo más profundo de nuestro ser, en lo más recóndito de nuestro espíritu. Dios allí habita. Los más altos pensadores de la humanidad así lo experimentaron. Séneca, aquel famoso filósofo romano de origen cordobés, aun sin ser cristiano, llegó a expresarse de esta manera: "sacer intra nos spiritus sedet, malorum bonorumque nostrorum observator et custos. In unoquoque virorum bonorum habitat deus". En nuestra lengua cervantina sonaría así: "un espíritu sagrado reside dentro de nosotros, y es el observador y el guardián de nuestros males y de nuestros bienes. En cada alma virtuosa habita Dios" (Epístolas morales, núm. 41).

San Pablo, por su parte, nos recuerda que "somos morada de la Santísima Trinidad, templos vivos de Dios y del Espíritu Santo" (I Cor 3, 16). Así fue como nos lo prometió nuestro Señor la noche de su despedida: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada." (Jn 14, 23).

¡Éste es el núcleo más bello del misterio de la Santísima Trinidad! Y lo más maravilloso es que también nosotros hemos sido llamados a participar de esta vida íntima de Dios, que es amor. Y nos adentraremos en el seno de la Trinidad Santísima en la medida de nuestra vida de gracia y de nuestra caridad, que es el grado de amor sobrenatural en nuestra alma.


Autor: P. Sergio Córdova LC.

domingo, 26 de mayo de 2013

La vida cristiana es bella. La Trinidad y yo

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe. 


Es muy diferente un pozo seco a un manantial. El manantial tiene vida. El pozo seco o con agua estancada es muerte. Cuando nos referimos a la relación del hombre con Dios puesta en acto, hablamos de vida, vida espiritual.

¿Cuál es la fuente de la vida espiritual? ¿De dónde viene esta vida? ¿Quién da vida? La fuente de la vida espiritual es la vida de Dios, nuestra participación en la vida de la Santísima Trinidad por la gracia a través de los sacramentos y la oración.

Eso es lo que se mueve allá adentro de nosotros, esa es la sangre que corre por nuestras venas desde el día de nuestro bautismo. Desde entonces, el manantial que ocupa el centro de nuestro ser es la Trinidad. ¡Qué maravilla!

Una verdad existencial

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe. Para mí esta fiesta es una invitación a poner en acto en la oración eso que creo por la fe, en forma de relación personal, de trato, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta el conocimiento del misterio, la Iglesia nos invita a través de la teología y de la liturgia a profundizar en su significado, pero profundizar de una manera no sólo intelectual, sino afectiva, existencial.

El bautismo: una llamada al amor

Al recibir en el bautismo el don de la gracia santificante, que nos hizo hijos de Dios, recibimos de parte de Él una llamada al amor. Después de esto nuestra vida cristiana consiste en responder al don recibido de Dios: "Si alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él." (Jn 14, 23) Dios que puso amor, espera una respuesta de amor.

"La respuesta de la fe nace cuando el hombre descubre, por gracia de Dios, que creer significa encontrar la verdadera vida, la "vida en plenitud". Uno de los grandes padres de la Iglesia, san Hilario de Poitiers, escribió que se convirtió en creyente cuando comprendió, al escuchar en el Evangelio, que para alcanzar una vida verdaderamente feliz eran insuficientes tanto las posesiones, como el tranquilo disfrute de los bienes y que había algo más importante y precioso: el conocimiento de la verdad y la plenitud del amor entregados por Cristo (Cf. De Trinitate 1,2)." (Benedicto XVI 13 de junio 2011)

Intimidad con Dios 

Dios nos invita a participar de su vida íntima, de esa vida que consiste en el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se dice fácil, pero este es un misterio grandioso, algo sobrehumano, sobrenatural, y en el cual estamos sumergidos.

Cada vez que intimamos con Dios en la oración entramos en el misterio. Es fe orante. En ella nos dirigimos a Dios como Padre. Padre es el nombre propio de Dios. Así nos lo reveló Jesucristo, quien vive contemplándolo permanentemente. "El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también el que me come vivirá por mí" (Jn 6, 57).

En Jesucristo contemplamos la belleza del Padre, él es "resplandor de Su gloria" (Hb. 1,3), el que está con nosotros, Dios-con-nosotros (Is 7, 14) Su misión es nuestra salvación. Tratamos con Cristo como nuestro salvador, nuestro redentor: "Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo" (Jn 17, 24). Somos pecadores rescatados por la sangre de Cristo y en la oración cristiana nos dirigimos a Él como nuestro Redentor para darle las gracias, pedirle perdón, aprender de Él.

Y tratamos con el Espíritu Santo cuya misión es nuestra santificación. A partir del bautismo tenemos toda una vida por delante para crecer y asemejarnos como hijos que somos, al Hijo con mayúscula. Esa labor paciente de transformación conforme a la imagen de Cristo la va realizando el Espíritu Santo en nosotros poco a poco, como el agua sobre la piedra de río, a medida que cooperamos con Él. El Espíritu Santo es el Santificador, el Huésped de nuestra alma, nuestro Socio con el que trabajamos para realizarnos en plenitud como hombres y como cristianos. Él es amor y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. (Rom 5, 5)

La vida espiritual, la vida de oración, es simplemente maravillosa. ¡Qué gozada poder tratar como hijo con EL PADRE, como pecador rescatado con su mismo REDENTOR; como buscador con su GUÍA! Francamente, ¡qué maravilla!

La vida cristiana es bella.


Autor: P Evaristo Sada LC.